El Hombre siempre se ha preocupado por el efecto que el Cosmos ejerce en la vida humana. Hace 25.000 años ya se representaban las fases de la Luna como muescas en los huesos de reno y en los colmillos de mamut. Pero hasta el año 6.000 antes de nuestra Era no comienza la auténtica observación del Cielo.

HISTORIA DE LA ASTROLOGÍA

La Astrología nació del encuentro entre una inteligencia incapaz de imaginarse el mundo por sí mismo y el temor que tal mundo inspiraba.

Las primeras civilizaciones humanas dependían del pastoreo, de la agricultura, así como de la caza y la pesca, de modo que se encontraban a merced de los caprichos de la Naturaleza, lo que les lleva a establecer una relación entre la divinidad y los fenómenos que les ocurren, e incluso, a divinizar dichos fenómenos.

Todas las religiones de la Humanidad están impregnadas de esta primitiva Astrología. En la India, la famosa danza cósmica de Siva, tan frecuentemente plasmada en la escultura, es símbolo de los movimientos rítmicos del Universo a los que el hombre se asocia por medio de la danza.

Los sumerios, unos de los primeros pobladores de la región de Caldea (el actual Irak), fueron los primero observadores de la bóveda celeste. Dignificaron a Shamach, la diosa del Sol, a Sin, el dios de la Luna y a Ishtar, el planeta Venus.

En Babilonia se construían observatorios en atalayas llamadas zigurat en las que los sacerdotes se dedicaban a la observación de los movimientos del cielo, día y noche sin interrupción.

La creencia era que desde el último piso de esos zigurat (normalmente tenían siete) el sacerdote alcanzaba a la divinidad fundiéndose con ella. De ahí ese interés en construirlos lo más altos posible y la tradición legendaria sobre una Torre de Babel o de Babilonia que alcanzaría hasta Dios.

Pero el sacerdote, lejos de las opiniones populares, era un científico que diferenciaba las cuatro estaciones y las representaba con cuatro animales: la primavera con un toro, símbolo de la tierra y de la fertilidad, cuando las cosechas comienzan a brotar; el verano con un león, la fuerza, el fuego y el calor; el otoño primero se identificó con un águila que luego la tradición convirtió en una serpiente, para finalmente quedar en un escorpión; y por último el invierno representado por un hombre vertiendo agua en un cántaro, el aguador, al que se le asocia el elemento Aire (el viento frio del invierno).

Casualmente estos mismos animales son los que acompañan a los cuatro evangelistas en la tradición cristiana.

Observaron también que el Sol y la Luna recorrían siempre el mismo camino que llamaron «El Camino de Anu», que abriéndose con una anchura de 16 grados comprendía la trayectoria de todos los demás planetas. Luego dividieron esta banda en doce sectores, relacionando tres con cada estación, de las cuales la central era la que anteriormente las presidía.

Los babilonios desarrollaron considerablemente el arte de la predicción del futuro. Por un lado utilizaban los sueños y las sensaciones; en una tablilla se lee: «Cuando la oreja de un hombre silba es indicio de que ha sido ligado por un encantamiento mágico», pero los sucesos realmente importantes los indicaba el Cielo.

Cuando Alejandro Magno conquistó Caldea, los vencidos consiguieron imponer sus ideas astrológicas a los vencedores. Babilonia fue destruida en el año 125 A. C., pero antes dejó una profunda huella de sus estudios del Cielo en tierra griega.

Los griegos fueron menos pacientes que los babilonios y apenas distinguían entre las estrellas y los planetas, pero les preocupaba mucho más encontrar las causas finales. Se comenzó a representar el Cielo por modelos mecánicos. Así, Pitágoras estableció su teoría de las esferas en la que el Sol, la Luna y los planetas giran en círculos concéntricos alrededor de la Tierra.

Ningún horóscopo babilonio mencionaba el «horoscopus» o punto que ascendía por el horizonte en el momento de nacimiento, lo que hoy conocemos como el Ascendente, pero los griegos observaron este hecho y reconocieron la importancia de la hora del nacimiento.

Los romanos se mostraron muy reacios al principio a considerar seriamente los «cuentos del Cielo», que narraban los griegos; apenas los tenían en cuenta para predecir los resultados del Circo o de las Carreras de Cuadrigas. Pero la Astrología se fue introduciendo entre los esclavos, posteriormente interesó a los intelectuales y finalmente el mismo emperador Augusto decidió mandar hacer su horóscopo. Durante la caída del Imperio Romano, como en todas las épocas de crisis, la Astrología fue vehículo de consulta generalizado.

Es al comienzo de la Era Cristiana cuando Ptolomeo, el más grande de los astrólogos de la antigüedad, escribió el «Tetrabiblos», el tratado que estuvo en vigencia hasta los días de Copérnico y de Kepler.

Durante la Edad Media, la ciencia astrológica se desarrolló y sobre todo se preservó en los países islámicos, fuera de la cultura cristiana. San Agustín la criticó severamente en sus «Confesiones».

La Europa del siglo XV y XVI buscó el saber de la antigüedad y encontró la Astrología clásica que fascinó a los renacentistas. Copérnico pareció darle un golpe mortal cuando publicó su modelo heliocéntrico y no geocéntrico como hasta entonces se había admitido, pero no fue así, y sus conocimientos fueron recogidos por Kepler, gran amante de la Astrología que quiso convertirla en una ciencia exacta y seria. Su obsesión por combinar la teoría de las esferas pitagóricas con sus estudios astrológicos le llevó a establecer los movimientos planetarios en órbitas entorno al Sol.

El mismo pensamiento lo sostiene el italiano Cardano, médico, matemático, filósofo y astrólogo. O el suizo Paracelso, quien formuló una teoría con arreglo a la cual la Medicina, la Astrología y la Alquimia se reconciliaban entre sí con sorprendente armonía. En el siglo siguiente, Newton también se mostró firme defensor de la Astrología, e incluso increpó a Halley (descubridor del Cometa) de quien dijo no tenia ni idea de esta ciencia.

Este periodo de esplendor se vió ensombrecido en la Corte del rey Luis XIV de Francia en la que el ministro Colbert la prohibió en la Academia de Ciencias y en la Universidad. Idea que fue secundada por los demás países europeos.

Pero el hombre de ciencia no quedó satisfecho con esta restricción y siguió buscando más o menos veladamente. La Era Moderna en Astrología la fijó el astrólogo inglés Raphael, quien publicó un manual de Astrología y las Tablas de Casas y Efemérides, que son las que hoy en día se utilizan.

A principios del siglo XX, Arrhenius, premio Nobel de Física, emprendió su primera obra estadística sobre la influencia de la Luna en el tiempo y en los seres vivos. Y con él, la Astrología recupera su validez científica.

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