¿Qué ocurre, o qué va a ocurrir en el corazón del hombre en estas fechas que se avecinan? ¿Qué hay en nuestro interior que ha persistido a través de tantos años, que hace que adoptemos una actitud especial, un extraño regocijo y predomine la alegría? ¿Qué hay en los Cielos y en la Tierra, o en nuestro interior, que nos hace sentir de una manera tan especial?
La navidad o el nacimiento de una nueva conciencia
¿Es posible que estemos sintiendo, independientemente de nuestra educación y cultura, de nuestra religión e ideales, una nueva forma de ver la vida durante unos días? ¿Percibiendo que algo caduco va a morir y va a nacer algo nuevo?. ¿Es sólo el año viejo el que muere, o es también algo en nosotros mismos?
Al hombre, a lo largo de su historia, le ha sucedido esto antes de la venida de Cristo a la Tierra. Ha sentido cómo en el momento en el que los astrólogos indicaban que había llegado el solsticio de invierno, es decir, el momento en el que el Sol ha perdido su vigor, de forma que es el día más corto del año, algo ocurría. Y gloriosamente, al día siguiente empieza otro ciclo, nace un nuevo Sol, los días ya no menguan su duración, ¡empiezan por fín a ser más largos! y un sentimiento de renovación, de nacimiento, nos recorre a todos.
Por eso, es en Sagitario donde el Sol declina, el signo de la profecía y de la visión espiritual se construye en una cueva, donde es incubado el fuego de los dioses y lanzado como una flecha, la flecha del centauro, hasta un nuevo horizonte. Y es en Capricornio donde se inicia el proceso, los ideales se confrontan con la vida, lo cotidiano, en la rutina, forjando una nueva actitud, más abierta, más consciente.
Podemos hacer un recorrido histórico, para ver qué hacían nuestros antepasados en estas fechas y así entender mejor el significado esotérico de las fiestas de nacimiento del niño Sol. Pensando en la mentalidad de nuestros ancestros, que todavía sentimos corriendo a través de nuestra sangre, podemos ver que los dos momentos más propicios para las celebraciones de todo tipo, para encender fuegos y antorchas, es cuando el fuego y el calor de la gran luminaria empieza a crecer o a menguar.
En muchas de estas antiguas celebraciones encontramos características comunes, que en ocasiones son casi idénticas. Por ejemplo, el culto a la Gran Madre de los dioses y su hijo fue muy popular bajo el Imperio Romano.
Las inscripciones prueban que los dos, ya conjunta o separadamente, recibieron honores divinos, no sólo en Italia, y sobre todo en Roma, sino también en las provincias; particularmente en África, España, Portugal, Francia, Alemania y Bulgaria. Su culto sobrevivió al establecimiento del Cristianismo por Constantino, repitiéndose el festival de la Gran Madre en aquellas fechas.
En Grecia, las sangrientas orgías de la diosa encontraron poco favor. El carácter bárbaro y cruel del culto, con sus excesos frenéticos, repugnó al buen gusto y humanidad de los griegos, que se inclinaron por el amable rito de Adonis.
Quizá los mismos rasgos que horrorizaban a los griegos pudieran haber atraído fuertemente a los menos refinados romanos y bárbaros de Occidente. Los éxtasis maníacos, que eran tomados como inspiración divina, las mutilaciones del cuerpo, la creencia en una nueva vida, y la remisión de los pecados mediante el derramamiento de sangre, todo ello tenía su origen en el salvajismo, y naturalmente atraían a quienes conservaban aún muy fuertes los instintos animales.
Entre los dioses de origen oriental, que en la decadencia del mundo antiguo rivalizaban unos con otros por la obediencia de Occidente se encuentra el dios persa Mitra, de enorme popularidad en aquellos días, como lo atestiguan los numerosos monumentos erigidos en su honor.
De hecho, el culto a Mitra se remonta al momento en el que los hindúes y persas formaban un solo pueblo. Extendiéndose rápidamente, adoptando prácticas de la Astrología caldea, fue importada por los ejércitos romanos que invadieron Asia Menor hacía el año 133 A.C., obteniendo una expansión formidable hasta el año 385, en que fue frenada por la medidas drásticas de Teodosio I.
El dios más poderoso del Mitriacísmo era el Tiempo Infinito, que era responsable de la creación del Cielo y de la Tierra, y estos a su vez dieron origen al Océano. El Tiempo Infinito creó también al demonio encarnado llamado Plutón. Mitra actuaba como mediador entre el hombre y el Tiempo Infinito, teniendo su morada entre el Cielo y la Tierra, a mitad de camino.
Los Mitraístas creían en la inmortalidad del alma, el castigo eterno de los malos y la perdurable felicidad de los buenos, que basaban su doctrina en la caridad con el prójimo. Tenían por tanto, grandes parecidos con el Cristianismo, y en su origen fue una dura competencia para este, de tal manera que los doctores cristianos lo explicaron como obra del diablo, codicioso de desviar las almas de los hombres de la verdadera fé, con una insidiosa y falsa imitación.
Nacimientos de dioses en el Solsticio de Invierno:
Entre los persas, nacimiento de Mitra.
Entre los egipcios, el de Osiris.
En Grecia, Baco.
En Fenicia, Adonis.
Entre los frígios, el de Atis.
En Menfis, se mostraba al pueblo la imagen infantil del dios-Día, que se retiraba entonces al fondo del santuario. Los romanos anunciaban esta fiesta en su calendario, por las palabras «natalis solis invicti».
Los antiguos celebraban, quince días antes del solsticio de invierno, una fiesta en honor a Neptuno, dios del Mar.
Y es que las semejanzas en la doctrina, incluso en la vida mundana de estos dioses solares entre sí, incluido Jesucristo, es tal que no podemos menos que sorprendernos, e intuir que estas similitudes corresponden a alguna norma de evolución que está dentro de la Humanidad, independientemente del color de piel, época en la que vive o cualquier otra condición.
Estos dioses solares han tenido diferentes nombres, entre ellos: Bel, Belus, Belín, Adonai, Baco, Dionisio, Apolo, etc.
Entre los Samoneos hay un dios, Balta, nacido de una virgen hindú.
El Cristo o Redentor de los Escandinavos, Thor, nacido de Frigia, una deidad suprema, procreada de la unión de dos principios, mediador entre dios Padre, Odín, y los hombres, que reina sobre los aires, distribuye las estaciones, estimula o apacigua las tempestades. Dios favorable y protector de los hombres contra los ataques de los malos genios, frecuentemente fue expuesto a engaños, pruebas y persecuciones, está a la izquierda del Padre y su cabeza, como el Sol, está coronada de estrellas.
Fo o Foé, es el dios hombre de los Chinos. Hasta los treinta años no predicó su doctrina y deslumbró a la gente con acontecimientos que sus apóstoles al esgrimirlos denominaron milagros. Su clero le representaba como legislador del género humano, Salvador de Mundo, enviado, Mesías, para el perdón de sus pecados y para mostrar el camino de salvación. Sus teólogos dicen haber recibido cinco mandamientos:
1º.- No matar ninguna criatura
2º.- No tomar el bien de otro
3º.- Guardar castidad
4º.- No mentir
5º.- No beber vino
El dios salvador de los Siameses se llama, desde la más remota antigüedad, Sommona-Codom. Tuvo por madre a una virgen, que quedó encinta por virtud del Sol. Confusa, corrió a esconderse en un espeso bosque, donde trajo al mundo un niño de admirable belleza, que tuvo la ciencia de los conocimientos divinos y humanos. Siendo un modelo de paciencia, caridad, penitencia y santidad, fue rey, e inmolándose por la salvación de su pueblo, sacrificó su vida, y desapareció como una centella que se desvanece.
Podemos estudiar o fijar nuestra atención en los elementos de esta cantidad ingente de dioses salvadores que la humanidad ha tenido en los últimos tres mil años, mediadores entre el Todo, el innombrable, el que es, y el hombre que vive en un cuerpo y ésta aspiración humana de ser, que es el fondo de cualquier deseo.
Esta Natividad, este nacimiento del niño-Sol, que surge de una virgen, es decir, de una mente sin mancha, sin identificaciones ni definiciones, sin límites, que es capaz de realizar prodigios porque no se siente atada a ninguna ley mental, y que nos habla de que TODO ES UNO.
El Hijo alcanza la inmortalidad ofreciendo su personalidad, la única idea que hay sobre Él, el ser un Salvador. Es decir, que esta idea de salvación también debe ser crucificada y tachada para que aparezca una vida plena en lo universal.
De hecho, el Sol reflejo de la conciencia, dadora de luz y de vida, recorre doce espacios, doce apóstoles, doce trabajos de Hércules, doce signos o constelaciones en su recorrido, y doce días, desde el 25 de diciembre, la Natividad, hasta el 5 de enero, día de la Adoración, en que los Reyes Magos reconocen su victoria y su origen divino.
Pero para entender la Navidad en un sentimiento amplio y profundo es necesario entender la figura de María, la madre de Dios.
Desde un punto de vista esotérico, María etimológicamente significa en griego Mares. En el sentido de los filósofos, Aires o Cielos, así como Mater, significa Madre y Materia; por lo que existe una relación de fondo entre Mares, Cielos y Aire como pensamientos y la Materia de la que surge como nueva conciencia.
Esta Madre queda definida en las letanías a la virgen María con las mismas cualidades que los orientales perciben en una mente perfecta, en el estado de felicidad llamado Nirvana, que es una mente sin tacha ni pecado, purísima, sin mancha, en la que nada entra, nada se apega, transparente y serena. Colaboradora abnegada con la misión de su hijo, la nueva conciencia, le reconoce su paternidad divina.
En las similitudes con otras religiones o credos, encontramos en los orientales a Shakti, diosa madre a la que se ha adorado bajo muchas formas y nombres, encarnando ella misma la sabiduría del Universo.
Los parecidos entre María y otras diosas míticas son también tremendamente significativos : Ceres, adorada en Atenas como madre de todos los seres. También Isis, a la que los antiguos griegos llamaban Mynonyme, la diosa de los diez mil nombres, que es la denominación más antigua con la que se la conoce.
Lo mismo que el Sol en el Cielo era Febo, en la Tierra Apolo y en los infiernos Plutón, así la Luna en el Cielo era Febe, sobre la Tierra Diana, Ge, Gea, Ceres, Telus o Latona, en los Infiernos Proserpina o Hécate.
También era Diana la diosa de la castidad, y es significativo pensar que las plegarías a María, a las seis de la mañana y de la tarde, son la continuación de aquellas que el paganismo dirigía en las mismas horas del día a la Luna, Febe y Hécate.
Es por tanto esta Madre de Dios Universal la que va a dar a la luz una identidad, que simboliza que todo es idéntico, similar, Uno.
Esta conciencia tiene un desarrollo. Su infancia, una vez liberada del imperio de la nada, del solsticio invernal, la infantil luz transita por el frío, por los parajes todavía helados, animada por su madre.
Más adelante, combate a las tinieblas, la oscuridad y la ignorancia. Aparentemente es agitada, parece expirar y ser devorada por las tinieblas. Su agonía comienza pero su muerte es sólo aparente. A pesar del sufrimiento, a la fuerza, a través del caos, devuelve el brillo a las descoloridas horas, destierra las noches opresivas, derramando la alegría, el amor y la fecundidad.
Es el momento de hacernos las preguntas iniciales. ¿En qué me concierne a mí esta coincidencia de epopeyas, de mitos y creencias? ¿En qué me afecta esta renovación? ¿Qué tiene que ver esta conciencia conmigo?.
Podemos pensar que existe un encuentro; más tarde podemos sentirlo. Por un lado hay una mente, nuestra mente, constructora de sueños más o menos cumplidos. Por otro, o más bien más profundamente, otra mente colectiva patrimonio de todos, que se encarna en estas figuras en estas llamadas de atención. ¿Por qué?, ¿no es verdad que reconocemos y nos afecta profundamente la entrega, el sacrificio de uno?, es decir, la santificación, ya que sacrificio significa convertir en sagrado a uno mismo. Por tanto, ese renacer al que todos aspiramos necesita un paso previo, ineludible, esencial, que todos queremos evitar como Jesús en el Huerto. Es el momento en el que se exclama: «Padre, ¿por qué me has abandonado?». Esta muerte de lo malo conocido por lo bueno por conocer es lo que nos cuesta, es lo que nos ata.
¿Como librarse del recelo, de la desconfianza, del apego? ¿cómo lanzarse al vacío? ¿cómo mirar cara a cara a la Verdad?. Es muy posible que una vez más tengamos que recurrir a nuestra Madre, sea cual sea esta, la que contiene nuestros principios, la causa que nos mueve, y como niños, recurrir a Ella.
Es incluso necesario no luchar contra nuestra propia mente. Ella es nuestra madre, la que dio origen a las formas, límite a nuestro entorno, y nos definió ante el espejo. Pero cuando el espejo se rompe porque ya no puede reflejar cosas ni formas, debemos honrar su misión, ahondando en el por qué de esta abnegación, ¿no es esta muerte de los juicios y de los prejuicios, de las dudas sobre uno mismo, el comienzo de la maravillosa identidad?. Eso hay que experimentarlo y sentirlo, prestándole atención.
¿De dónde proviene el espíritu de hermandad de la Navidad? ¿Frente a qué nos sentimos iguales y nos invade un soplo de buena voluntad independientemente de nuestras separaciones de raza, color o nivel social?.
Creo que es el nacimiento y la muerte, en cada momento del camino, en cada progreso y en cada derrota, cuando nos sentimos nacer y morir, año tras año, día tras día, hora tras hora. Nos une la amenaza de la muerte y el nacimiento de algo nuevo. Podemos mirar a la natividad este año, este mes, hoy, ahora, como una compañera de viaje, para como el Sol y como los dioses soles, renacer para adquirir aquello que nos negábamos a nosotros mismos, nuestra pertenencia a la Tierra, a la Madre, devolviéndole su dignidad y su valor, pasando de ser un medio a ser un fín.
Este renacer, pasando por las entrañas de la Tierra, está basado en la aspiración de la conciencia, de lo que verdaderamente sentimos, de redimir las partes de nosotros mismos más inmóviles, más cristalizadas, convertidas en rocas los prejuicios más alimentados, que nos separan del Todo.